sábado, 8 de abril de 2017

PALABRA DE DIOS

EVANGELIO DEL DOMINGO DE RAMOS 2017




NADA LO PUDO DETENER


La ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.

Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.

Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.

Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.

Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo en las aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo.

Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su perdón.

Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.

Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos.



COMPROMETER LA VIDA 


Estamos tan familiarizados con la cruz del Calvario que ya no nos causa impresión alguna. La costumbre lo domestica y lo «rebaja» todo. Quizás, esta semana de tan hondo significado para los creyentes, sea una buena ocasión para recordar aspectos demasiado olvidados de Jesús Crucificado.

Empecemos por decir que Jesús no ha muerto de muerte natural. Su muerte no ha sido la extinción esperada de su vida biológica. A Jesús lo han matado violentamente.

Peto no ha muerto tampoco víctima de un accidente casual ni fortuito, sino ajusticiado, después de un proceso solemne llevado a cabo por las fuerzas religiosas y civiles más influyentes de aquella sociedad.

Su muerte ha sido consecuencia de la reacción que provocó con su actuación libre, fraterna y solidaria con los más pobres y abandonados de aquella sociedad.

Esto quiere decir que no se puede vivir el evangelio impunemente. No se puede construir el reino de Dios que es reino de fraternidad, libertad y justicia, sin provocar el rechazo y la persecución de aquéllos a los que no interesa cambio alguno. Imposible la solidaridad con los indefensos sin sufrir la reacción de los poderosos.

Jesús se comprometió a vivir el amor al hombre hasta el final. Y precisamente por eso, vio comprometida su vida. Su compromiso por crear una sociedad más justa y humana fue tan concreto y serio que hasta su misma vida quedó comprometida.

Y, sin embargo, Jesús no fue un guerrillero ni un líder político ni un fanático religioso. Sino un hombre en el que se encarnó y se hizo realidad el amor ilimitado de Dios a todos sus hijos.

Por eso, ahora sabemos cuáles son las fuerzas que se sienten amenazadas cuando el amor verdadero penetra en una sociedad, y cómo reaccionan violentamente tratando de suprimir y ahogar la actuación de quienes buscan una fraternidad más justa y libre.

El evangelio siempre será perseguido por quienes ponen la seguridad y el orden legal por encima de la fraternidad y la justicia (fariseísmo).

El reino de Dios siempre se verá obstaculizado por toda fuerza política que se entienda a sí misma como poder absoluto (Pilato). El mensaje del amor será rechazado en su raíz por toda religión en la que Dios no sea Padre de todos (sacerdotes judíos).

El seguimiento a Jesús conduce siempre a la cruz. Implica disponibilidad a sufrir el conflicto, la polémica, la persecución y hasta la muerte.

Pero la resurrección de Jesús nos descubrirá que éste es el camino de salvación y nos recordará algo que tampoco hoy debemos olvidar: no se salva al hombre matándolo sino muriendo por él.




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